La vigencia de la lucha por las ocho horas
Fecha: Jueves 26 de abril de 2012
Por: Hernán Aragón
August Spies fue ejecutado a la edad de 31 años. Igual que George
Engel y el resto de sus compañeros, sintió cómo una soga sujetaba su
cuello y una plataforma se abría bajo sus pies.
Aquel otoño de 1887, la burguesía norteamericana plantaba un mensaje.
No había novedad en la misiva. Solo que esta vez el tirón se producía de
golpe, como hecho aleccionador, y no lentamente. Pero como trabajar 12,
14 ó 16 horas y en condiciones infernales no podía significar otra cosa
que una muerte por goteo, los obreros preferían morir peleando por el
derecho a la vida: 8 horas para trabajar, 8 para descansar y 8 para
disfrutar.
A 125 años de aquel suceso, conozcan o no esta historia, los
trabajadores que luchan- aunque más no sea por no dejarse robar una
pequeña porción del tiempo de trabajo - llevan en su ADN la tradición
heroica de los Mártires de Chicago.
Una voz poderosa
¿Por qué seguimos recordando a nuestras víctimas? Porque su memoria
persistirá mientras exista –como declaró Engel en su alegato– un
sistema social en el que “unos amontonan millones mientras otros caen en
la degradación y la miseria”.
Aquella consigna de las 8 horas es actual porque la naturaleza del
capitalismo, que es el hambre voraz por el plustrabajo, así lo impone.
Un viejo dicho dice que el tiempo es oro. “Permítanme – dirá cualquier
patrón – hacer trabajar 10 minutos más por día a mis obreros y a fin de
mes les contaré cuánto se incrementaron mis ganancias”.
Para saciar esa sed de sangre viva de trabajo, el capitalismo
necesita extender la jornada laboral e intensificar los ritmos de
producción. Desde su nacimiento y aturdida por el estruendo de la
trabajo, ni bien pudo recobrar el conocimiento, la clase obrera comenzó
la resistencia. “La voz que vais a sofocar será más poderosa en el
futuro que cuantas palabras pueda yo decir ahora”, sentencia Spies a
sus verdugos. La historia confirmaría su predicción.
Frente al patíbulo, los rostros de los mártires de Chicago
permanecen firmes y orgullosos. Su lucha ya recorre el mundo. En
nuestro país, sus voces son levantadas por la FORA anarquista, por los
obreros de la construcción en la huelga del ´36, por las comisiones
internas de la resistencia peronista, por los sindicatos clasistas de la
década del 70. Y volverán a hacerse oir este 1° de mayo en el acto del
Frente de Izquierda.
La jornada laboral en Argentina
El director de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), Ernesto Kritz
asegura que la cantidad de horas que trabajan los trabajadores
argentinos “se acerca mucho más a los registros de los países del
sudeste asiático que a los europeos”.
Según datos oficiales, en el sector privado registrado se trabaja en
promedio 2050 horas por año. Por supuesto estos datos excluyen a
trabajadores no registrados.
En “La jornada laboral” de “El Capital”, Marx cita una denuncia del
Daily Telegraph, fechada e1 17/01/1860: “en la fabricación de encajes
(textil) impera un grado de privación y sufrimiento desconocido en el
resto(…) A las 2 o a las 3 de la mañana se arranca de sus sucias camas a
niños para obligarlos a trabajar por su mera subsistencia hasta las 10 o
12 de la noche (…) Hablamos contra los esclavistas ¿Estaba bien su
mercado de negros, con todos los horrores del látigo y el tráfico de
carne humana, es más detestable que este lento sacrificio de seres
humanos, efectuado para que se fabriquen encajes y cuellos en beneficio
del capitalista?”
¡No muy distinta es la situación que en la Argentina actual sufren
los hermanos inmigrantes esclavizados en talleres clandestinos!
Las mujeres obreras están un escalón más arriba, pero no por eso
pueden sentirse dichosas. “Antes de que ganáramos la interna y
lográramos la efectivización, estuve contratada por agencia 4 años,
trabajando en turnos rotativos de lunes a lunes, sometida a los ritmos
cada vez más veloces de las máquinas y haciendo más de una tarea. Otras
compañeras, que hacían tareas manuales, trabajaban 12 horas. Cuando
había producción las horas extras eran obligatorias. Mi vida social y
familiar no existía y encima tenías que soportar los maltratos de los
supervisores”, cuenta una obrera gráfica de WordColor.
Lo cierto es que el 31% de los trabajadores argentinos en blanco trabaja entre 9 y 11 horas diarias.
El peronismo y la burocracia sindical podrán llamar a esto “la
cultura del trabajo”, ocultando que al prolongar la jornada laboral (o
al incrementar los ritmos de trabajo), los patrones no hacen más que
reducir la duración de la vida del obrero. En las líneas de producción,
el tiempo necesario para el mantenimiento de su salud física es robado.
El tiempo para disfrutar de aire fresco se desvanece entre las paredes
de la fábrica y las horas de sueño necesarias se vuelven solo un sueño.
Ayer como hoy, el capitalismo convierte al obrero en una bestia de carga, “una simple máquina para producir riqueza ajena”.
Una guerra de clase
Marx escribía también que “la historia de la regulación de la jornada
laboral demuestra que el trabajador aislado sucumbe (...), que la
fijación de una jornada laboral normal, por consiguiente, es el producto
de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase
capitalista y la clase obrera”.
Este 1° de Mayo marcharán junto al PTS, entre otros miembros de otras
internas combativas, los compañeros/as de Kraft y de WordColor.
Ellos son la prueba fiel de cómo una organización clasista interviene
en esa “guerra” para recuperar parte importante del tiempo de trabajo
robado.
Para los revolucionarios la conquista de internas clasistas son
trincheras para preparar no solo la lucha por la reducción de la jornada
laboral sino por la abolición definitiva del trabajo asalariado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario